Geografía poética II:
San Francisco (Frisco)

Retumban, ardientes, los corazones
en la intensa y dormida ciudad de niebla,
erguida y altiva en sus múltiples colinas,
marchita y oxidada en sus eternas decadencias,
de décadas de sueños enloquecidos
de aquellos jóvenes con ansias libertarias,
llevados por febriles deseos de aventura,
éxito, pasión y, a veces, muerte.
Lágrimas, esperma. sudor y salitre
mezclados con alcohol, pasta y comida china,
donde un jazz rabioso y primigenio
oculta las continuas sirenas de policía
que cruzan la Sexta con Market.
Ciudad eterna de lucha y conflicto,
cuna de un héroe sin capa y con bandera,
de voz tan blanca como lo era su nombre,
gritando los derechos de una inmensa minoría,
en las vivas aceras del efervescente Castro,
armado tan solo con el voto y la palabra.
Vestigios de un tiempo
de amor, paz y flores,
marchitas bajo el flujo de la clepsidra,
dejan las sombras de aquel Haight revolucionario
con el sonrojo y la vergüenza del lujo y las nuevas modas,
donde el término “hippie” es una forma más de souvenir,
dejándolo excéntrico, insípido y caduco.
En cada rincón se cuenta una nueva historia,
de esas que solo consiguen los grandes clásicos,
rezumando un color, un sonido, un aroma
a madera antigua, café solo y Bourbon con hielo.
Ciudad que viste crecer a los mitos
y morir a tantos y tantos anónimos,
nos muestras, insolente, desde tus colinas
la cara y la cruz de tu luminosa decadencia.
Keral
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